La lengua, un fuerte
músculo con sus glándulas salivales, es el comienzo de todo proceso alimenticio en nuestro organismo.
Es el órgano, que en riesgosa asociación con los dientes, “moldea” el bolo
alimenticio que será deglutido en dirección hacia el estómago. Pero antes de
que un bocado vaya hacia nuestro interior, la lengua cumple otra función… envía
información al cerebro, sobre el sabor que tiene el alimento ingerido. Y es que
el sabor ácido-amargo que tiene una comida en malas condiciones, amerita en
mucho una alerta, y esa alarma la brinda las papilas gustativas en nuestra
lengua; al igual que el sabor dulce de un chocolate estimula el hábito de
seguir comiendo chocolates.
La lengua es un órgano
que cumple varias funciones, es el órgano que ayuda a procesar el alimento en
la cavidad bucal, permite modular el aíre que expulsamos de nuestros pulmones
cuando usamos el lenguaje hablado, y por supuesto es fundamental para el
sentido del gusto. Y todos sabemos, que las papilas gustativas perciben cuatro
sabores: dulce, ácido (agrio), salado y amargo. Sin embargo, es posible que haya un
quinto sabor… el “umami”.
El “umami” es uno de
los cinco sabores básicos que percibe la lengua. Es un término que tiene sus raíces
etimológicas en el japonés: umai (delicioso), mi (sabor). Se usa particularmente,
cuando el alimento es delicioso, sin especificar en ninguno de los otros
sabores… o ¿la mezcla de dos o más de ellos?
Uhm... umami. |
Y aunque la lengua,
como dijimos al inicio de este artículo, es un fuerte músculo, también tiene un
esqueleto. Sí, tiene un hueso… el hueso hioides, con forma de herradura, ubicado
hacia la parte anterior del
cuello, a la altura de la tercera y cuarta vértebra cervical, por debajo de la
lengua y por encima del cartílago tiroides; con funciones específicas en la fonoarticulación,
respiración y deglución.
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